Las tonterías de la caja tonta
La televisión es conocida popularmente como la caja tonta, una denominación que quedó totalmente confirmada y acertada con la famosa frase de Forrest Gump: “Tonto es el que hace tonterías”. Lo peor es que cada día que pasa, nuestra caja se vuelve más tonta y sus tonterías llegan a límites insospechados hace años.
Empecemos por esa especie que ojalá estuviera en vías de extinción llamada los programas del corazón. La verdad es que no se por qué se llaman así y no tertulias o monólogos del corazón, ya que la realidad es que varios tertulianos que se hacen llamar periodistas (algunos no tienen ni el título) discuten a gritos sobre la vida de algún famosillo. Si encima éste está en plato, le hacen una entrevista (por llamarlo de alguna manera) acusándole de mil cosas, en especial de que tiene mucha cara o de que todo es un montaje. Y yo me pregunto: ¿Si saben que toda esa historia es falsa, por qué le dan un espacio en la televisión y le pagan cierta cantidad de dinero por ir a contar una mentira?
Utilizo el término famosillo porque si os habéis dado cuenta, nunca se meten con los famosos de verdad que han llegado a ser conocidos por los méritos acumulados en su profesión. No se atreven. Si va la última novia de Paquirrín, todo son acusaciones y gritos; si va Concha Velasco, todo son alabanzas e incluso la dejan hablar, algo bastante importante en una entrevista. Aunque quién sabe: igual ellos han inventado un nuevo periodismo en el que el protagonista es el supuesto periodista, no hay ni una pizca de ética y de respeto, no se contrasta la información, se falta a la verdad y se engaña al espectador con falsos cebos. He llegado a la conclusión de que yo falté ese día a clase.
He hablado de las tertulias, pero no de los monólogos. Si hubiera una especie de Club de la Comedia del Corazón, la Patiño sería cabeza de cartel en todos los teatros. Podéis ver que pongo un ‘la’ delante de Patiño, pero es que a la que es vulgar no se le puede vestir de seda por mucho que se intente. Por cierto, ya que hablamos de nombres propios, si Jordi González escribiera su biografía, tendría que titularse Diario del presentador más sensacionalista de la televisión. Seguro que el prólogo lo escribiría Violeta Santander a cambio de un buen fajo de billetes.
Si llegados a este punto hay alguien que aún no sabe distinguir a los famosos de los famosillos, existe una forma muy sencilla para hacerlo: los famosos aprenden a bailar, mientras que los famosillos se mueren de hambre en una isla desierta. Pero es curioso esto de la televisión, ya que hay una serie de programas a los que yo llamo fábrica de famosillos. Se trata de los típicos Gran Hermano, Mujeres y Hombres y Viceversa u Operación Triunfo. Este último perseguía un fin, que no era otro que premiar al ganador con una carrera discográfica y representar a España en Eurovisión (hasta los programas más tradicionales y longevos se han convertido en una basura), pero llega un momento en el que si la estrella es un miembro del jurado, mala cosa.
Los famosillos que salen de esas fábricas tienen tres destinos: pasearse por los programas del corazón, ya sea como entrevistado o tertuliano, ser presentador en un canal con una audiencia máxima de diez personas o ser analista de futuras ediciones de estas fábricas. Todo dependerá de lo polémicos que sean.
Y ya llegamos a un punto en el que hay que hablar inevitablemente de las mañanas de Ana Rosa Quintana, Susana Griso o María Teresa Campos (dicen que la más grande, pero yo hace tiempo que no la veo por la tele). Tiene mérito llevar un programa así, ya que parecen ser los que más limitado tienen el presupuesto. Si no, ¿cómo se explica que una misma persona sirva para opinar de la ruptura matrimonial de cierto personaje y al mismo tiempo hable sobre la crisis mundial o el último atentado terrorista? Aunque a la hora de la verdad hay que mencionar que estamos hablando de los más brillantes sociólogos, economistas y filósofos de nuestros días: Belén Esteban, Lequio, Masiel…
Luego están aquellos programas en los que un desconocido cuenta su vida, ya sea en el mismo plató o por teléfono. ¿Qué nos importará a los demás que unos espíritus le toquen los testículos a un individuo en su casa? ¿Pero hay alguien que se crea esto? Lo tendrían que llevar a ese programa en el que el concursante se somete a la máquina de la verdad y saca a la luz todos sus trapos sucios para al final mentir en la última pregunta y perder todo el dinero. ¿Pero si ya se ha puesto en evidencia y ha roto su matrimonio y sus amistades, por qué miente? Que diga una verdad más, que ya no importa, y al menos se llevaría algo de dinero.
Si es que parecen tan tontos como los de La ruleta de la suerte. En serio, ¿por qué no se llama La ruleta de los lerdos? Estoy seguro de que hacen un casting para escoger a los más inútiles del lugar. Y es que los programas culturales han sufrido un espeluznante cambio. Ahora la mayoría de ellos consisten en llamar por teléfono para dar la respuesta a una adivinanza como ésta: “Mi amigo Leonardo se sentó al lado de un animal. ¿Qué animal era?”. Respuestas instantáneas: el cocodrilo, el perro, un dinosaurio o el palomo cojo. Todos imaginamos que esas respuestas las dan los del propio programa y esperemos que sea así, aunque se mire por donde se mire, la persona que llame no puede tener muchas luces: o su respuesta es tan ingeniosa como las anteriores o igual empieza a espabilar cuando le llegue la factura del teléfono.
Por no salvarse, no se salva ni el fútbol. Sólo le pongo un pero a la Televisión Digital Terrestre: que la imagen llega más tarde y eso de ver el fútbol escuchando la radio será bastante complicado. ¿Qué hemos hecho los aficionados a este deporte para escuchar los comentarios de Antena 3, en los que nos enteramos más de la programación de la semana que de quién lleva el balón? ¿Alguien le podría explicar a Montes que no se puede narrar de la misma forma un partido de fútbol que uno de baloncesto? Y ya que estamos, ¿se podría aprender los nombres de los futbolistas algún día? Es que estoy seguro de que por ahí debe haber mejores narradores que los actuales.
Y del fútbol a las noticias. No es que tenga mucha queja, pero poner ciertas imágenes a la hora de comer o de cenar no creo que sea la mejor decisión. Al igual que tampoco considero que pueda salir una chica medio colocada diciendo que la ha liado parda, salvo que el motivo sea hacerle famosa a través de Youtube. También sería conveniente que se velara un poco por la imagen de los reporteros y se cortara una conexión cuando están siendo víctimas de ciertos gestos obscenos.
Con todo esto no quiero decir que haya ciertos programas que no tengan cabida en la programación, sino todo lo contrario: que haya variedad, pero dentro de unos límites a nivel de calidad, entretenimiento, buen gusto, respeto y valores morales. Los dirigentes de las distintas cadenas se defienden diciendo que ponen lo que la gente quiere ver, pero yo considero que la gente termina viendo lo que le ponen, ya que ha llegado un momento en el que no podemos vivir sin la caja tonta a pesar de sus tonterías.
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