Renovarse y morir
¿Por qué tienen que cambiar las cosas que funcionan bien y gustan a la gente? ¿Y por qué cada vez que ocurre esto suelen funcionar peor o dejan de gustar? ¿Qué ventajas o mejoras buscaban si una vez hecha la renovación o la reforma descubres que no hay ninguna y han desaparecido las anteriores? En definitiva, ¿quién es el cerebro de estas decisiones y quién es el inútil que las ejecuta? Estoy seguro de que estas preguntas os las habréis hecho en incontables ocasiones. Yo, al menos, un día sí y al otro también.
Empecemos por las páginas web y un ejemplo que a mí me atañe en gran medida. Como periodista que sigue al Real Zaragoza me era de gran utilidad la página oficial de la Liga de Fútbol Profesional, una web de la que han surgido miles y miles de reportajes. Esto se debía a que ahí podías encontrar todos los datos históricos desde la primera temporada en 1928 hasta la última jornada de la actual: partidos, goles, trayectorias de jugadores, entrenadores… En definitiva, una herramienta vital para mi trabajo.
Como podéis observar, estoy escribiendo en pasado y ya os podéis imaginar el porqué. Un buen día alguien tuvo la brillante y magnífica idea de renovarla y el resultado ha sido una web lentísima, con un tercio de los datos que había antes y en la que hay que hacer malabares para acceder a ellos. Supongo que al iluminado le habrán dado una medalla.
Pero no es el único ejemplo relacionado con internet. Cambiaron la página de inicio del Facebook y considero que es mucho peor que la que había antes; y no debo ser el único, ya que he llegado a escuchar que quieren volver a cambiarla. La página de la Federación Española de Baloncesto es la historia repetida de los dos párrafos anteriores. Y por último, ¿a alguien le gusta la nueva versión del Messenger?
Pasemos a otro ámbito: los restaurantes, bares y cafeterías. ¿Por qué tienen que cambiar la carta o el menú si tienen éxito? ¿Por qué suben los precios los locales que basan sus ventas en ser más baratos que la competencia? ¿A qué se debe que cambien las sillas cómodas por taburetes incómodos? ¿Cómo se entiende que dejen de dar el fútbol si el bar se les llenaba cuando lo ponían? ¿Por qué cambian la música cuando su clientela acudía ahí por ese motivo?
Pero lo peor de todo es cuando la calidad de sus productos disminuye considerablemente. Hasta hace unos meses, justo al lado de una de las zonas de marcha de Zaragoza, había un local que abría toda la noche durante los fines de semana. Vendía pizzas, bocadillos y bollería, algo muy preciado de madrugada cuando has bebido, y tenía éxito, tanto por ese motivo como por la calidad.
Un buen día, toda esa comida que estaba bastante buena se convirtió en algo totalmente incomestible, algo que pudimos comprobar tras buscar sin éxito durante una hora un puesto de kebabs. No sólo nos tuvimos que conformar con entrar al sitio al que íbamos muchas noches, sino que descubrimos, para nuestra sorpresa, que nos estaban intentando envenenar. Yo, al menos, no he vuelto a comprar nada ahí y no volveré salvo que necesite algún tipo de matarratas. Y creo que mucha gente ha tomado la misma decisión que yo, ya que antes solía haber fila a todas horas y ahora, cuando paso por delante, con suerte está el dependiente.
Y ya que estoy hablando de pequeños antros donde puedes comer y beber, pasemos a los chiringuitos de la playa. Al Gobierno se le ha ocurrido la brillante idea de prohibirles estar en la arena, por lo que si esta ley se lleva a cabo, se tendrán que trasladar al paseo marítimo.
El punto y aparte realmente se debe a daros un poco de tiempo para que terminéis de frotaros los ojos y lo volváis a leer para comprobar que habéis entendido bien. ¿Qué sentido tiene llevar un chiringuito de playa fuera de la playa? Precisamente, la gracia de estos chiringuitos consiste en que los tienes alado, sin la necesidad de ponerte las chanclas o recoger todas las cosas para ir hasta allí. Incluso puedes ir tras darte un baño o comprar lo que desees para llevártelo a tu toalla o hamaca y así poder seguir tomando el sol. De hecho suelen ser más caros que los bares normales, ¿pero quién quiere pagar cincuenta céntimos menos si puede tener todo lo que quiera sin salir de la playa?
También hay que tener en cuenta que los dueños de esos chiringuitos son los que gestionan el alquiler de toldos, hamacas y patines. ¿Qué habrá que hacer entonces? ¿Ir hasta el paseo para alquilar cualquiera de esas cosas? Además, forman parte de nuestro paisaje playero, al igual que las cometas, las sombrillas o las colchonetas. Y es que una playa española sin chiringuitos es como un huevo frito sin sal.
¿Por qué cambiarlos de sitio si nadie se queja, no molestan y todo funciona bien estando donde están? ¿Qué será lo siguiente? ¿Nos cobrarán por bañarnos en el mar? ¿Será obligatorio ir en camiseta? ¿Prohibirán los partidos de fútbol? Mientras que haya gente que desee cambiar las cosas por cambiarlas aunque funcionen perfectamente, todo puede pasar. Es como si su dicho fuera renovarse… y morir.
(Explicación sobre la foto: cuando aún estaba permitido el botellón, todo el mundo en Salou solía beber en la misma zona de la playa porque por ahí estaba el único supermercado -Los Peces- en el que se podía comprar alcohol o lo que fuera más tarde de las 22:00 horas. Justo en esa zona había un chiringuito y su dueño acudía todas las noches para vigilar que nadie hiciera gamberradas con sus hamacas y toldos. Mis amigos y yo le llamábamos de forma cariñosa Mitch, como el protagonista de ’Los Vigilantes de la Playa’, y una noche decidimos hacernos una foto con él delante de su chiringuito)
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