La delgada línea entre el éxito y el fracaso

Siempre he sostenido que el deporte, además de muchas cosas, es pasión. Por ello la gente suele preferir los deportes de equipo, en los que se suele identificar con un club todas las semanas y con su selección cada cierto tiempo. Esto responde a que el amante del deporte necesita desear con todas sus fuerzas que su equipo o alguien en concreto gane como sea.
Por ese motivo mucha gente es del equipo de su ciudad y de un grande, porque necesita esa adrenalina que sólo transmiten las grandes citas y las grandes gestas. Y por eso los deportes individuales suelen reunir delante del televisor a millones de españoles cuando surge una figura a nivel mundial de este país. Así se entienden los casos de Nadal, Contador y sobre todo Fernando Alonso, que ha logrado introducir en España un deporte que hace unos pocos años no tenía ni una décima parte de la audiencia que tiene en estos momentos.
Por desgracia, esa pasión con la que seguimos a nuestros equipos o ídolos también nos lleva a ser excesivamente extremistas. Pasamos de venerarles a condenarles constantemente dependiendo de sus resultados y no nos damos cuenta muchas veces de que ni son tan buenos ni tan malos. Pasa mucho con el Madrid y el Barcelona cada temporada, también en el Zaragoza ahora que está en Segunda e incluso hay quien ya duda de Alonso o se alarma sin motivos por una derrota de Nadal.
Por poner un ejemplo, contaré lo que llegué a escuchar una vez en La Romareda. Un grupo de personas mayores que no hacían más que criticar sin tener ni idea de fútbol (personalmente creo que sus familias les compraban el abono para librarse de ellos durante un par de horas cada dos domingos) la tomaron con Juanele en su mejor temporada en el Zaragoza, aquella en la que llegaron a la última jornada con opciones de ganar la Liga. De repente, el ex jugador asturiano hizo una magnífica jugada que acabó en gol y por arte de magia todas las críticas pasaron a ser alabanzas. ¡Incluso pedían que fuera convocado por la Selección!
Toda esta reflexión viene porque este fin de semana hemos descubierto en Málaga que podemos tener nuevos ídolos en un deporte en el que fracasamos estrepitosamente en Pekín y que por historia siempre se nos ha dado mal. Me refiero a la natación, en donde sólo López-Zubero (vivía y entrenaba en Estados Unidos) y Nina Zhivanevskaia (rusa de nacimiento) habían logrado plusmarcas mundiales.
Desde Pekín, otros tres españoles han ingresado en ese selecto club: Mireia Belmonte y Aschwin Wildeboer (su padre es holandés) lo lograron en diciembre en piscina corta, mientras que Rafa Muñoz (sí, otro Rafa) se ha destapado en los Campeonatos de España como el nadador de mariposa más rápido de 2009. No sólo logró el récord del mundo en los 50 metros rebajando la anterior marca de Schoeman en medio segundo, sino que igualó la marca con la que Phelps logró una de sus ocho medallas de oro en los últimos Juegos Olímpicos, lo que agranda considerablemente su hazaña.
Ahora, evidentemente, estos tres nadadores apuntan a medalla en los Mundiales de Roma. ¿Pero qué ha cambiado en tan poco tiempo? Posiblemente el fracaso de Pekín no fuera culpa de los nadadores y sí de una mala planificación en la puesta a punto por parte de Coconi, director técnico por aquel entonces. O puede que se debiera a que los dirigentes de la Federación han impuesto durante años los entrenadores que ellos querían a sus nadadores, mientras que ahora estos últimos tienen libertad para escogerlos, aunque sea en el extranjero. También podría ser gracias a los bañadores de la marca Jacked que actualmente utilizan los españoles y que en breve podrían ser prohibidos por la FINA.
Sea por un motivo o por otro, ni ahora pensemos que nuestros nadadores son los mejores y van a arrasar en el Mundial, ni los condenemos si no consiguen ni un solo metal. Es preferible ensanchar la delgada línea que separa al éxito del fracaso y analizar fríamente qué es lo que ha pasado, tanto en los buenos como en los malos momentos. Así conoceríamos con más exactitud cuál es el nivel de nuestro equipo o de nuestros deportistas, disfrutando más de los éxitos y evitando muchos disgustos. Y todo ello sin perder esa pasión tan necesaria de la que he hablado antes.
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