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A mí no me engañas

Si una imagen vale más que mil palabras, un vídeo debería valer más que un millón. Por ello, no digo nada más y os animo a ver lo que pasó hace unos días en el programa Sin ir más lejos de Aragón Televisión.

 

 

Quien no pite no pasa

La noche en la que se decidía la Liga también dejó una de esas historias que cada vez que son recordadas provocan una carcajada entre los amigos. Como comenté en el artículo Una Liga de Oscar, presencié el devenir de los acontecimientos en el Domo. Antes de nada quiero recomendar este restaurante a todo aquel que le guste el deporte. Un montón de pantallas en las que se pueden ver diferentes eventos y el ambiente que se respira son el mayor atractivo de este establecimiento, pero la comida también está bien y tiene parking.

Y precisamente tras salir de él se dio la anécdota más graciosa de la noche. La satisfacción de haber conseguido un título tras tres temporadas de sequía llevó a la éxtasis a todos los madridistas, entre ellos un servidor. Al salir del aparcamiento me di cuenta de que se me había olvidado darle una cosa a mi primo. Así que me paré en donde pude para no molestar, justo delante de un badén.

Un amigo salió a entregárselo y justo cuando regresa y vuelve a entrar, el coche que iba detrás del de mi primo empieza a pitar. Y como se suponía que tras mi primo iba también un amigo nuestro en su coche, pensamos que se trataba de él y que celebraba el ansiado título de Liga.

Yo no iba a ser menos y me puse a darle al claxon como un loco. Termino y vuelve a pitar. Y yo pensando: "Nada, nada, pues otra vez". Así que de nuevo a pitar. Paro y vuelve a hacerlo, esta vez haciéndome ráfagas con las largas. Tras el comentario mío de "que motivado, ¿no?", se giran los dos amigos que venían conmigo en el coche y me dicen: "¡Qué es un taxi! Y quiere entrar en el garaje". Pedimos perdón y nos fuimos pitando... una vez más.

En boca cerrada no entran moscas

En boca cerrada no entran moscas

Viendo la tele me he acordado de una historia que tuvo lugar hace tres años y medio. A las tres semanas de comenzar el curso, mis compañeros de piso y yo decidimos irnos de fiesta juntos. Dos de ellos eran nuevos en el piso y en la universidad, así que estaban en primero y acababan de conocer a sus compañeros de curso.

En mitad de la salida, un chaval de su clase los llamó para quedar en una discoteca. Y ahí fuimos y empezamos a hablar con él. De repente, uno de mis compañeros de piso le suelta: "¡Ey! Ahí hay una pava que te está mirando". El chaval, mirando a todos los lados, pregunta: "¿Dónde, dónde?".

Por el estado etílico en el que nos encontrábamos y por el cachondeo que llevábamos encima, el resto de los presentes nos figuramos que se trataba de una mujer poco agraciada. Así que nos pusimos a buscar y dimos con la chica que le estaba mirando. Lo hacía de forma constante y muy poco disimulada, por lo que los demás también le insistimos con el asunto.

El chaval, loco de ganas de saber quién era y desquiciado porque no la encontraba, empezó a suplicar. Así que el que había empezado con todo este asunto le suelta de forma sutil: "Esa chica que está alado de la barra". Y el chaval que no la veía preguntó aún más nervioso: "Pero quién, joder". Lo que provocó que mi compañero de piso abandonara cualquier sutileza para gritar: "¡Esa puta gorda de alado de la barra!".

El chaval se gira, la mira, se vuelve otra vez hacia nosotros y dice totalmente cabreado e indignado: "Es mi hermana, ¡joder!". Casi nos morimos de la risa (yo mi fui con dos amigos a la otra sala porque no podía más) y mi compañero de vergüenza mientras le pedía perdón una y otra vez. Finalmente le perdonó y fue el comienzo de una bonita amistad.

Nuevo pasajero a bordo

Hace unos meses me pasó una cosa bastante graciosa, por una parte, e incrédula por la otra. Iba tranquilamente en mi coche, cuando me tuve que detener en una pequeña plaza porque el semáforo se había puesto en rojo. De repente, un señor que iba de paseo con sus dos hijos corrió hacia mi coche gritando y haciendo aspavientos. Yo asombrado miré a todas partes. Me fijé en las luces y estaban bien, las puertas tampoco eran porque se encontraban perfectamente cerradas y no había coches a mí alrededor lo que significaba que no me podían haber hecho ningún roce en esos momentos. 

Pero el hecho de que fuera el único vehículo que había en esos momentos en la calzada también indicaba que el señor se dirigía sin ninguna duda a mí. El seguía gritando y llegó hasta el coche. Mi preocupación aumentaba por momentos. ¿Qué querría ese señor que gritaba y agitaba los brazos como un loco? 

De repente, se tumbó en el capó para verme mejor a través del parabrisas. Yo ya pase de preocuparme a acojonarme y mucho más cuando me fijé en que se fue hacia la puerta, la abrió y se metió adentro del coche bajo la mirada atónita de sus hijos desde la lejanía. Yo me quedé paralizado buscando la cámara oculta y justo en ese momento se resolvió el enigma. El señor, que ya estaba completamente acomodado en el asiento del copiloto, levantó la cabeza, me miró, se quedó extrañado y soltó: “Perdone, me he confundido de persona”. 

Salió del coche totalmente rojo como un tomate y se dirigió otra vez hacia sus hijos, que cada vez comprendían menos lo que había pasado. La cuestión es que yo me fui partiéndome totalmente de risa al trabajo y pensando en que ya tenía una anécdota graciosa que relatar a mis amigos. Pero él… ¿Se lo contaría a los suyos?